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Sleep quality in old age... no drama, but clean sheets

A ver, dormir… eso que antes hacíamos como piedras y ahora, en la tercera edad, a veces se convierte en una coreografía nocturna entre el baño, la almohada que no se acomoda y el pensamiento filosófico de si cerramos bien el gas. 
​Con la edad, es común que nuestra relación con el sueño cambie; quizás nos cueste más conciliarlo, nos despertemos con frecuencia o sintamos que las noches no son tan reparadoras como antes. Pero no hay que caer en dramas ni resignarse a noches en vela, ya que dormir bien es fundamental para nuestra salud física y mental, especialmente en la tercera edad. Más allá de lo obvio, como las sábanas limpias y un ambiente cómodo, existen hábitos y pequeñas adaptaciones que pueden marcar una gran diferencia en la calidad de nuestro descanso. Exploraremos cómo podemos optimizar nuestras rutinas y entornos para que el sueño vuelva a ser esa fuente de energía, bienestar y claridad mental que tanto necesitamos, sin complicaciones, solo con el objetivo de disfrutar de cada día al máximo...

Pero no todo está perdido.
Dormir bien sigue siendo posible, y no hace falta contar ovejas, con que contemos con hábitos decentes ya vamos ganando.
¿Qué hago yo para dormir entre 6 y 8 horitas como una señora?

1. Rutina, rutina, rutina
No es que me convierta en un reloj suizo, pero intento acostarme y levantarme a la misma hora. El cuerpo, a esta edad, agradece los rituales: cenar pronto, apagar luces fuertes, y si hay tele, que no sea un thriller que me suba el pulso.

2. Las siestas, con moderación
Sí, la siesta es un placer… pero no es un capítulo de Netflix.
Yo me echo una cabezadita corta si lo necesito, nunca más de 20-30 minutos, y nunca después de las 5. Que si no, por la noche, baila el insomnio.

3. Mover el cuerpo, pero no a última hora
Hacer ejercicio me ayuda muchísimo: camino, nado, estiro, limpio la casa (que también cuenta). Pero ojo, no me pongo a hacer zumba a las 8 de la noche. El cuerpo se activa y luego la cama parece una pista de baile.
4. Ambiente tranquilo, y a mimir

Nada de luces potentes ni ruidos de película de acción. Me gusta tener la habitación recogida, con buena ventilación y ropa de cama que abrace (no que pique).
Y si suena una música suave o un sonido de lluvia... casi que floto.

5. Bye bye café y cenas pesadas
Una infusión suave, sí. Un guiso de tres platos, no.
Ni café, ni té negro, ni chocolate con el último capítulo del día. Que todo eso suena rico pero me deja los ojos como faros en la niebla. Aprendí que menos es más, también en la cena.

6. Un poco de sol y mucha calma
Tomar el sol (sin freírme) ayuda con la vitamina D y con el reloj biológico. Y durante el día, intento no estresarme. Las preocupaciones, si puedo, las escribo en un papel y las dejo fuera del colchón.

¿Conclusión?
Dormir bien no es suerte, es hábito con cariño.
No todo lo podemos controlar (los achaques vienen con la edad), pero sí podemos cuidarnos con mimo, como quien riega una planta.
Y si una noche duermo mal… pues al día siguiente me mimo más.
Que la tercera edad no es el final del libro, es el capítulo donde por fin entendemos de qué iba la historia.

Sueño en la tercera edad: cuando la cama es un cabaret nocturno

Porque dormir ocho horas seguidas es ya ciencia ficción
Te acuestas pensando: “Hoy sí, hoy voy a dormir como un tronco”. Pero claro, tu cuerpo tiene otros planes. Tres de la mañana: ojos como faros. Cuatro: visitas al baño. Cinco: repasando mentalmente la lista de la compra. Y a las seis… ¡zas! el sueño llega justo cuando el despertador del vecino empieza a sonar. Dormir en la tercera edad no es descanso, es espectáculo: una mezcla de cabaret nocturno, maratón de pensamientos y excursiones al baño.

El misterio de las micro-siestas
• No duermes de noche, pero durante el día te conviertes en especialista en micro-siestas:
• Frente a la tele (con la boca abierta y el mando en la mano).
• En el autobús, donde despiertas justo en tu parada… milagro divino.
• En la sobremesa, mientras finges que “solo estabas descansando los ojos”.

Las visitas nocturnas al baño
La vejiga madura tiene un reloj propio. Suena puntual: dos, cuatro y seis de la mañana. A veces piensas en mudarte directamente al baño y poner allí la almohada. ¿Lo mejor? Ese paseo nocturno a oscuras, con el peligro de tropezar con la zapatilla rebelde. Deporte extremo versión senior.

La mente hiperactiva
Si el cuerpo está cansado, la mente está en fiesta. En vez de dormir, aparecen pensamientos tipo:
“¿Dónde dejé las gafas?”
“¿Qué habrá sido de mi amiga del colegio?”
“¿Y si mañana hago lentejas?”
Todo menos dormir. Tu cerebro se cree Netflix: funciona 24 horas y sin pausa.

Consejos que nadie pidió
“Tómate una infusión” → Resultado: más viajes al baño.
“Cuenta ovejas” → A la oveja número 200, ya estás haciendo estadísticas en vez de dormir.
“No mires el reloj” → Sí, claro, imposible no mirarlo… y sufrir viendo pasar las horas.

Reflexión final
El sueño en la tercera edad ya no es un bloque perfecto de ocho horas, sino un puzzle de siestas, interrupciones y pensamientos nocturnos. Pero ¿sabes qué? En vez de pelearse con el insomnio, mejor abrazarlo con humor. Porque no dormir tiene un lado bueno: más tiempo para pensar, recordar… y, por qué no, reírse de lo absurda que puede ser la madrugada.
Dormir ocho horas seguidas en la tercera edad es como encontrar un unicornio: todos hablan de él, pero nadie lo ha visto.
Entre siestas, visitas nocturnas al baño y pensamientos tipo “mañana hago lentejas”, el sueño se convierte en un espectáculo. La buena noticia: si no duermes… ¡tienes más tiempo para reírte de ello!

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