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Ayudar a otros… también te ayuda a ti

Hay quien piensa que con la jubilación ya hemos dado todo lo que podíamos y que ahora toca mirar la vida como si fuera una serie en streaming: sofá, manta y palomitas. Pero la verdad es que ayudar activa cuerpo, mente y corazón de formas que ni te imaginas. Y lo mejor: no necesitas capa, antifaz ni poderes especiales. Aunque si quieres disfrazarte y causar sensación entre los niños del voluntariado… adelante, pero que no te pillen con la capa enganchada en la puerta.

A veces creemos que para hacer la diferencia necesitamos ser extraordinarios, tener tiempo ilimitado o recursos infinitos. ¡Nada más lejos de la realidad! Los gestos más simples pueden cambiar la vida de alguien: una sonrisa, escuchar de verdad, acompañar en un paseo, organizar algo… y de paso, sentirnos útiles, conectados y vivos.

¿Por qué hacerlo?

El cuerpo se activa: Pasear, mover cosas ligeras, acompañar a alguien o repartir sonrisas también cuenta. Ejercicio suave + corazón contento = combo ganador.

La mente se despierta: Hablar, escuchar, resolver problemas, organizar tareas… ¡gimnasia mental gratis! Incluso aprender a manejar WhatsApp con listas interminables merece medalla de oro.

La tristeza se desinfla: Menos vueltas en la cabeza, más risas, más vínculos. Tener una agenda con sentido vale más que cualquier maratón de series o coleccionismo compulsivo de tazas.

Amistades nuevas: Una buena conversación supera cualquier noche de fiesta (aunque una copita siempre entra). Conoces gente con intereses similares, compartes historias y, quién sabe, hasta descubres talentos olvidados.

Mini-anécdotas personales:

Esa vez que me acerque a los viejitos del barrio de toda la vida sentados en el parque y acabé explicando memes a un grupo de abuelos que pensaban que TikTok era un reloj.

Otra ocasión arreglando ropa en un mercadillo para recaudar fondos: intenté organizar la ropa por color y talla… acabé creando combinaciones imposibles y descubrí que alguien tenía un talento secreto para mezclar rayas con lunares.

Taller de cocina en el Escorxador donde descubrimos que el ajo picado puede ser un arma de defensa personal.

Mini-retos para voluntariado

Reto sonrisa ninja: Durante una visita, intenta regalar cinco sonrisas en menos de diez minutos… sin que nadie te vea haciendo la cuenta mental.

Reto detective: Escucha una historia sin interrumpir y luego adivina el detalle que nadie mencionó. Bonus: si aciertas, te ganas un café imaginario.

Reto creatividad absurda: Organiza un espacio o actividad de la manera más loca posible, pero funcional. Si alguien te pregunta “¿por qué así?”, responde “es arte moderno del voluntariado”.

Reto tecnológico: Envía una lista de WhatsApp sin equivocarte ni mandar un emoji comprometido… premio extra si logras no mandar un mensaje a tu ex por accidente.

Reto superhéroe sin capa: Haz algo útil en secreto. Nadie se entera, tú sonríes, y voilà: ¡subidón de dopamina garantizado!

Nunca es tarde para aprender

El voluntariado también es una escuela: aprendes paciencia, organización, escucha… incluso a manejar un poco la tecnología. Y si ya vienes con experiencia, tus conocimientos y tu tiempo son oro puro.

¿Y qué se siente al final del día?

Una satisfacción que ni unas vacaciones en crucero pueden superar. Ver cómo tu tiempo mejora la vida de alguien es de lo más bonito que puedes experimentar. No hace falta que el mundo entero lo sepa: basta con sentirlo en tu propio corazón.

Conclusión:

El voluntariado no es solo para jóvenes con mochilas. También es para los jóvenes de espíritu, con canas brillantes, historias que contar y mucho que ofrecer. Cuando ayudas, no solo das… también te llenas. Y eso, amiga mía, es un subidón de felicidad que no caduca.

Así que si pensabas que la jubilación era para sentarte a mirar cómo se oxida la vida… piénsalo otra vez. Dar un poco de tu tiempo activa tu corazón, tu mente y, sobre todo, tu sonrisa. ¡Súperpoder desbloqueado, sin capa ni antifaz incluidos!

Ayudar en la tercera edad
Voluntarios con superpoderes invisibles

Porque a veces el mejor gimnasio es levantar sonrisas

Dicen que en la tercera edad lo mejor es mantenerse activo. Algunos hacen pilates, otros se apuntan a pintura, y luego estamos las que descubrimos el deporte más completo: ayudar a los demás. Y es que echar una mano no solo es un gesto bonito: también es cardio, yoga mental y un curso avanzado de paciencia todo en uno.

El poder secreto de la tercera edad
La juventud cree que tiene la energía… pero nosotras tenemos algo mejor: tiempo, maña y experiencia. Eso nos convierte en superhéroes anónimos capaces de:
• Hacer una cola de supermercado por alguien con más calma que un monje budista.
• Convertir una receta complicada en plato estrella (aunque no se parezca ni un poco a la foto).
• Escuchar problemas con una mirada sabia que dice “yo también sobreviví a eso, y aquí estoy”.
• Ejercicio gratis (y más útil que el gimnasio)

Ayudar a otros es un gimnasio encubierto:
• Llevar bolsas → entrenamiento de bíceps.
• Acompañar paseos → cardio ligero con conversación incluida.
• Recoger cosas del suelo → ¡sentadilla funcional!
¿Para qué pagar cuota si ya tenemos la rutina de crossfit versión “vecindario solidario”?

El humor como parte de la ayuda
No siempre se trata de cargar peso o acompañar. A veces el mayor regalo es sacar una carcajada. Contar la anécdota de cuando te equivocaste de puerta, el chisme del barrio o ese clásico “se me olvidó lo que iba a decir”. El humor es la medicina más barata y la que menos efectos secundarios tiene (bueno, salvo las arrugas de tanto reír).

La magia de sentirse útil
Ayudar no es solo dar, también es recibir. Esa mirada agradecida, ese “¡qué haría sin ti!”, vale más que cualquier crema milagrosa o viaje en crucero. Nos recuerda que seguimos siendo importantes, que tenemos mucho que aportar y que la edad solo suma experiencia a la ecuación.

Reflexión final
En la tercera edad, ayudar a otros no es una obligación, es un privilegio. Porque cada gesto —grande o pequeño— nos hace sentir vivos, conectados y parte de algo más grande. Y, seamos sinceras: ¿qué mejor manera de gastar la energía que en hacerle la vida un poquito más fácil a los demás… y reírnos juntos por el camino?
Dicen que ayudar a los demás rejuvenece. Claro, porque entre cargar bolsas, acompañar paseos y agacharte a recoger lo que a otros se les cae, ¡terminas haciendo más ejercicio que en el gimnasio!
Y lo mejor: no solo mueves músculos, también mueves sonrisas. Porque a esta edad, el verdadero lifting se consigue regalando carcajadas y sabiendo que todavía tienes superpoderes invisibles: tiempo, paciencia y ganas de estar ahí.

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