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Grasas: ni villanas, ni santas, solo malinterpretadas

Durante años nos dijeron que las grasas eran el mismísimo demonio en el plato. Si la comida brillaba, huye. Si tenía mantequilla, pecado mortal. Y claro, terminamos todos comiendo galletas “light” que eran básicamente azúcar con mejor marketing. La verdad es que no todas las grasas son malas; de hecho, sin ellas no podríamos ni pensar… literalmente, porque hasta el cerebro está hecho en gran parte de grasa.

La realidad tras el mito

No todas las grasas son iguales. El problema no es si la grasa es “buena” o “mala”, sino qué tipo de grasa y en qué cantidad nos estamos metiendo.
El aceite de oliva no juega en la misma liga que la margarina industrial, y la grasa natural de un bistec no es lo mismo que un donut relleno de aire y grasas trans.

Por qué necesitamos grasa (aunque la palabra suene fea)
1.-Energía de reserva: Sí, esas calorías extra que luego odiamos, pero que son necesarias para sobrevivir.
2.-Vitaminas A, D, E y K: Sin grasa, tu cuerpo no puede absorberlas. Y adiós piel, huesos y defensas.
3.-Hormonas: Sin grasa, tu metabolismo y tus hormonas sexuales entrarían en huelga.
4.-Cerebro feliz: El cerebro está hecho de grasa. Quitas la grasa y empiezas a olvidar hasta dónde dejaste las llaves.
5.-Protección y abrigo: Sirve de colchón para tus órganos y te mantiene calentito. Sí, esa “curvita” también tiene función.

Tipos de grasas: las amigas, las pesadas y las tóxicas

Saturadas (las intensas):
Están en carnes rojas, quesos y mantequilla. ¿Malas? No, pero tampoco para desayunar, comer y cenar. Moderación, gracias.

Trans (las tóxicas):
Creación de laboratorio, presentes en bollería industrial y ultraprocesados. Aumentan el colesterol malo y bajan el bueno. En resumen: una joyita que mejor evitar.

Insaturadas (las estrellas):

Monoinsaturadas: Aceite de oliva, aguacate, frutos secos. El combo mediterráneo que nos mantiene con buen humor.

Poliinsaturadas: Omega-3 y omega-6, esos que tu cuerpo no fabrica y necesita urgentemente. Están en pescado azul, nueces y semillas. Tu cerebro y tu corazón los adoran.

El drama de eliminar la grasa

Quitar toda la grasa de la dieta es como quitar el motor de un coche para ahorrar gasolina. Te quedas sin moverte. Sin grasa no hay vitaminas, hormonas, memoria ni piel decente. Y tampoco buen humor: prueba a vivir a base de “cero grasa” y hablamos.
La clave está en el equilibrio
Un bistec de vez en cuando no te va a matar, igual que un aguacate no te va a convertir en superhéroe. El truco está en priorizar grasas insaturadas, moderar las saturadas y huir de las trans como si fueran tu ex tóxico.

Moraleja:
La grasa no es el enemigo; el exceso y la mala elección sí. Así que la próxima vez que alguien te diga “eso tiene mucha grasa”, sonríe y responde: “Perfecto, mi cerebro lo agradecerá”.

“Las grasas: villanas deliciosas que conspiran contra tu voluntad”

Son irresistibles, siempre ganan y te hacen sentir culpable mientras ríen desde el plato vacío. Las grasas no son comida, son maestras del engaño, expertas en traición sabrosa y artistas del drama calórico.

1. Primer contacto: la seducción
Abres la nevera y ahí están: mantequilla, queso, nata… todas mirándote con esa cara de “come solo un poquito, confía en nosotras”. Mentira. Ellas saben que cederás. Siempre cedes. La grasa es el Casanova de la cocina: elegante, suave, irresistible y absolutamente mortal para tus planes de dieta.

2. La promesa traicionera
“Solo una cucharadita”, te dices a ti mismo. Mentira número uno. Esa cucharadita se transforma mágicamente en una operación de demolición de tu autocontrol. Pan, pasta, galletas… todo cae en la conspiración de la grasa. Mientras tanto, tú te sientes como héroe caído en batalla, derrotado por algo que literalmente se derrite en tu boca.

3. La complicidad con tu paladar
Ah, tu paladar… cómplice silencioso de este crimen culinario. Te susurra: “más, más, más… ¿qué es un poco de culpa comparado con esta gloria?” Y tú obedeces. Porque cuando las grasas llaman, hasta la más estricta voluntad humana hace fila para decir “sí, por favor”.

4. La traición final: la báscula
Después de su victoria, llega el acto final: te subes a la báscula. Y ahí están: los números, como jueces crueles, señalándote la traición. “Te lo advertimos”, parecen decir las grasas desde el fondo del plato. Y tú solo puedes llorar mientras planeas tu venganza… que sabes que será inútil.

5. Las grasas tienen la última palabra
Intentas rebelarte: ensaladas, zumos, correr en la cinta. Pero las grasas son eternas. Siempre vuelven. Te susurran desde la pizza, desde el chocolate, desde esa crema que sabías que no debías abrir. Son villanas con estilo: saben cuándo aparecer, cómo atraparte y cómo desaparecer dejándote solo con la culpa.

Conclusion:
Así que sí, las grasas son tus enemigas. Pero qué villanas tan divertidas, qué maestras del drama, qué artistas del sabotaje. Te hacen feliz un segundo y miserable un siglo… y tú volverás a caer. Porque la vida sin traición sabrosa no tendría gracia. Y las grasas lo saben.

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